lunes, 8 de diciembre de 2008

Ineditos. El contador de historias.

Había quedado riendo sentado en la acera, al frente de las casas, las altas carcajadas se oían a dos calles, pero nadie se asomo para hacerlo callar, al saber de quien se trataba todos en complicidad decidieron olvidarlo, termino por levantarse y aún entre estertores de risa, que lo hacían doblarse, comenzó su marcha calle abajo.

Quince años vivió olvidado en él ultimo cuarto de un viejo edificio semi- derrumbado armado de puntales, como ramificaciones que cubrían todas las áreas del ruinoso edificio, la restauración que se pensó fuera de inmediato, tardaba ya como diez años, las maderas se hicieron oscuras, les adicionaron clavos y cuerdas convirtiendo todo en colgaderos desvencijados.

La pieza de unos 3x2 gozaba de la mejor luz del día en virtud de estar ubicada en la azotea, cosa que no la libraba de los molestos troncos puestos como puntales, entre uno y otro coloco unos entrepaños para que le sirvieran de librero, haciendole compañía, Marti, Quevedo, Lezama Lima y Carpentier, ambos Miller, algunos clásicos del veintisiete y una vieja enciclopedia británica edición sesenta y seis, toda aquella colección, de la que solo he mencionado algo, fue bautizada como “La Heroica”, además de haber resistido la polilla que minaba todo, supero la desaparición en mil mudadas, en cajas, manteles y hasta dentro de grandes vasijas de barro, sobre la ventana que daba al ala oeste colgaba una gruesa cortina ahulada con motivos campestres en un tono gris humo, contrastada con un gris acero, no quedando un solo espacio por cubrir.

En los restos de pared que no se pintan desde hace un buen rato, cuelgan reproducciones de viejas obras de arte. Se había comprado un tapete persa en el mercado de Tepito y con pedazos de alfombras recogidas de los desechos de un cine vecino logro envolver los maderos con la intención de sufrir menos moretones en cada encontronazo, sobre todo de noche con la luz apagada, luego los años lo ayudaron a caminar entre los pilotes con la destreza de un bailarín austriaco.

Casi contra el piso una cama, personal, destendida y emburujadas todas las colchas y sabanas, junto una tabla que utiliza para apoyarse al escribir, con dos ladrillos de base y otra tabla construyo un librero- mesa de noche, allí tenia los libros mas consultados una Biblia Reina- Valera 1960, La Habana para un infante, La Edad de Oro, versión original de Letras Cubanas, un busto de Marti y una bandera cubana, un ejemplar de los primeros del diario del Che y un volumen de Cantos Ivanicos de Iván Pórtela, poeta muy querido, dos portapapeles repletos de plumas y pinceles, engrapados en la pared una cartulina con nombres y cruces simbolizando muertos y la letra del himno de Bayamo.
En un rincón amontonadas pinturas, oleos, fotografías y su ropa.
Cuando llegaba el verano, se tendía bocaarriba a contemplar las estrellas, y a recordar cielos idénticos de otros lugares, maullaban los gatos y lo distraían, lo bueno era los jueves, allí entre su cuarto y los muritos de la azotea se reunían los amigos intelectuales del taller con temas tan variados como sustanciosos, así la conoció.

Ahora todo es de domino publico, gracias al libro que incluso fue publicado también en La Habana, ella fue discípula de Weston y Diego Rivera, la tomo como modelo para los murales de Chapingo, cuando mataron a su amante, Julio Antonio Mella en una calle de la ciudad de México un 29 de enero, era ella quien lo acompañaba, sus fotos son un vivo testimonio de la vida de la clase obrera mexicana, Tina era además una mujer sin época, les hablo de Fidelio y sus pinturas patéticas, de Lam el chino – guajiro que conoció a Picasso, contó de Portocarrero, como lo conoció en una cama del Ameijeiras, al final de su vida, al único paciente que le autorizaban beber ron mezclado con agua, lo que sufrió por la muerte De Milian, la vez que visito el estudio del chino Chiong, digno de existir en Wall Street y no en la calle de San Lázaro.

Tenia la facultad del típico habanero, de conformar las historias y las anécdotas adicionándole cada nueva vez contada, algo de su cosecha sin que por ello la historia como tal perdiera su idea original.
Muchos años estuvo él escuchando cuentos sin fin contados por un circulo de relaciones que poseían el preciado don de narrar, en realidad sola hizo uso de una memoria sorprendente al retener cada una de las historias oídas, sin indagar sobre su veracidad. Así escucho las mas variadas versiones sobre la muerte del genial Chano Pozo y lo que muchos han dado en llamar el suicidio del diestro Manolote.

La reunión de ese jueves acabo para todos menos para ellos, ella sentía la necesidad de indagar mas en la vida del hombre, pero temía al cuestionarlo desnudarlo de sus historias que eran como sus vestiduras, el lo noto y disfruto la entrega, cada terreno cedido le proporcionaba un placer extra, incluso para decir de si fue bordeando impasible la curva de sus verdades y no cedió una sola, si no a cambio de otras tantas fantasías de su mente. Aquella estaba estacionada en el disfrute y contemplaba el venir de las frases como la arena el embate de las olas en los días tranquilos de verano.

Se agoto la noche y los encontró el día entregados al disfrute del descubrimiento mutuo, supo ella entonces, con certeza, lo que su intuición de mujer le sugería y vino a comprender él la verdad sobre la curiosidad femenina.

Después de aquel encuentro, camino parloteando y gesticulando a los cuatro vientos, sentía que la razón era otro gran estorbo para sus aspiraciones, y sintió felicidad cuando al desembocar una calle se encontró de pronto sin un lugar fijo a donde ir, cualquier gente le parecía conocida, y su necesidad de contar lo volvía comunicativo y lo espabilaba la brisa mañanera del malecón.

Olvidando las costumbres diarias, enmugreció su ropa y su cara, la barba y el pelo se volvieron abundantes y su único afán consistía en narrar interminables historias desconocidas.

Una ultima carcajada se mezclo con el cantar de un gallo mariano y lo perdí de vista al doblar la esquina.

Acababan de dar las siete y media de la mañana y un grupo de niños que iba rumbo a la escuela le hizo compañía, mientras él feliz, se disponía a contarles una historia infantil, sobre un viejo pirata del caribe.

7 de dic. 1991. CD. México.

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